domingo, 5 de febrero de 2012

La doble cara del progreso

Siempre me ha impresionado la historia de mi bisabuela.
Nació no hace tantos años, a principios del siglo XX, o a finales del XIX. Según los historiadores, esta época se caracterizó por una creciente industrialización y desarrollo en varios países de Europa.
No en la rural y deprimida Castilla. Donde nació ella.

Mi bisabuela se dedicó al duro trabajo del campo desde que tuvo uso de razón, y nunca fue a la escuela. Era de una familia extremadamente pobre, de modo que se tuvo que casar jovencísima para poder sobrevivir. A mi edad, ya tenía dos hijos. Y con 23 años, se murió. De una apendicitis.

Y ya está, esa fue toda su vida.

Y yo, que apenas me separan 2 generaciones y un siglo de esta mujer a la que debo una parte importante de mis genes, tengo una vida radicalmente distinta a la suya. Yo, ahora mismo, tengo la oportunidad de estudiar, de viajar, de conocer y aprender cada día cosas nuevas. Voy al supermercado, y encuentro comida; puedo llegar a la otra punta del mundo en cuestión de unas horas. Si me entra una apendicitis, voy al hospital, me la curan y al poco tiempo, si no surgen complicaciones, estaré otra vez en casa. Y si me caso y tengo hijos, será algo que dependerá de mi voluntad y que podré hacer a la edad que quiera.

Tengo una esperanza de vida de más de 80 años.

Y todo gracias al progreso. A ese brutal escalón que hemos subido en los países desarrollados, que nos ha permitido conocer una calidad de vida sin precedentes en la historia humana.

Pero este progreso tiene un precio. Más concretamente, es una deuda que la humanidad actual está contrayendo con la naturaleza, y de momento nosotros no estamos pagando esa deuda. Entonces, ¿quién lo hará?

Quizá lo haga mi bisnieta. Ella nacerá, posiblemente, a finales del siglo XXI o a principios del siglo XXII. Y se encontrará con un mundo contaminado, sobreexplotado, lleno de humo y basura. Vivirá una tercera (o cuarta) guerra mundial, pues las personas serán muchas y los recursos serán pocos. Y no conocerá los glaciares ni los bosques más que por los viejos libros de historia.
Mi bisnieta, cada noche, mirará al cielo preguntándose cuándo descubrirán de una puta vez un planeta similar a la Tierra al que poder huir, pues estará muy disgustada de la herencia que le ha dejado la generación de su bisabuela.

Y he aquí mi dilema intergeneracional: mi bisabuela y mi bisnieta me tiran cada una de un brazo. Mi bisabuela dice "progreso". Y mi bisnieta, "sostenible". Y la frase que forman las dos palabras es por lo que debemos luchar si queremos un mundo más justo con nuestros ancestros y nuestros descendientes.


2 comentarios:

Lucía dijo...

Es muy cierto, siempre miramos para atrás, nos fijamos lo que nos falta y queremos compensarlo pero jamás miramos para adelante ni pensamos como pueden perjudicar nuestras acciones a las siguientes generaciones. Me gustó mucho tu blog, es re original y diferente a todos los demás. Un besito y te sigo!

Antártico. dijo...

Un blog magistral el tuyo.. Un cierto sabor a cruda realidad con un toque a metafora y magia.. Bravo. Me encanta tu blog.. Pásate por el mío, si quieres. (:
Obviamente, te sigo.. Hahaha. ^^