lunes, 13 de agosto de 2012

Arde España

132.299,89.
Esta es la cifra de hectáreas quemadas en España este verano. Más de la mitad de los incendios se han producido en espacios protegidos de incalculable valor ecológico, tales como Garajonay en la isla de la Gomera, Cabañeros, Doñana o la "puerta de Galicia", el Barco de Valdeorras.

La pérdida de los bosques constituye sin duda una gran tragedia: cuando arde una zona natural arden milenios de diversidad biológica no manipulada por la especie humana. Los bosques son el último reducto donde el ser humano puede entrar en contacto con la naturaleza, sin presencia de coches o fábricas, son el pulmón de una Tierra que cada vez respira más contaminación y más humos y son también el albergue de miles de pueblos, cuyas gentes, este verano, observan cómo su hogar verde queda reducido a cenizas.


Más trágico es aún, si cabe, el hecho de que las llamas terminen por cobrarse vidas humanas: un padre y su hija, en Girona, fallecieron el pasado mes de Julio al precipitarse por un acantilado al verse acorralados por las llamas, un brigadista falleció en Valencia al tener un accidente el helicóptero con el que trataba de apagar el fuego, y ayer mismo fallecieron dos personas en Alicante mientras trabajaban en las tareas de extinción. Y se han producido más víctimas en circunstancias similares, sin tener más transcendencia que en los medios locales.


Las causas de estos incendios pueden ser de lo más diversas, pero lo más indignante es la falta de prevención y de medios de las autoridades que en algunos casos roza los límites de la pasividad. Y en la Comunidad Valenciana, lo sucedido en los últimos años pasa de negligencia a auténtico delito: recorte del 80% de las brigadas contra incendios, prescindiendo de más de 1000 profesionales y de cerca de 200 vehículos especializados, todo para favorecer los intereses privados y de "amiguismos". (fuente). 


Un verdadero escándalo, cuyas consecuencias sufren ahora las miles de personas que han perdido sus bosques, sus casas e incluso sus seres queridos. Aunque no menos escandaloso es el hecho de que Alberto Fabra, en la Comunidad Valenciana, propusiera una norma en 2011 que permitiría construir sobre terreno quemado. Las bosques incendiados tardan una media de 20 años en mostrar unos síntomas de recuperación, y este hombre pretendía condenarlos a desaparecer para siempre bajo capas de cemento y edificios. Pero casos como este no sólo se han dado en Valencia. Yo también me avergüenzo de que en mi propia tierra, en Valladolid, el PP pretenda construir una pista de esquí sobre un terreno quemado.


¿Y qué hacía nuestro ministro de Medio Ambiente, Arias Cañete, mientras tres parques nacionales ardían en nuestro país? Acudir a una corrida de toros. Un auténtico insulto a todos aquellos héroes que, con su coraje y profesionalidad, se juegan la vida este verano por tratar de controlar las llamas que asolan los bosques de nuestro país.




martes, 10 de abril de 2012

La felicidad según Coca-Cola

Se está celebrando ahora mismo el II Congreso Nacional sobre la Felicidad en Madrid. Una reunión en la que varios expertos y personalidades de todo tipo debatirán sobre qué nos hace más felices a las personas. Patrocinado por el Instituto Coca-Cola de la Felicidad.

Que conste que con este post no critico la búsqueda de la felicidad en sí, fin lícito y sano para el ser humano, no trato de convencerles de que no beban Coca-Cola (bebida que a mí personalmente me gusta mucho) ni quiero dejar en mal lugar a los participantes del Congreso (Eduard Punset me cae muy bien).

Pero la cuestión es que, en el tan anunciado a bombo y platillo Congreso, se ha llegado a la conclusión de que lo que nos hace más felices (amén del clásico triatlón de horóscopo salud-dinero-y-amor) es COMPARTIR. Curioso, muy curioso que nos hable de compartir Coca-Cola Company, una gran corporación que factura cerca de 2000 millones de dólares al año a base de mantener su monopolio.

Porque no nos engañemos, lo de Coca-Cola es prácticamente un monopolio. No es lo mismo la Coca-Cola auténtica que la cola cutre del Mercadona, ¿eh?, y eso es debido a que tiene una fórmula secreta, que nunca han querido compartir con nadie. Desde que comenzó su actividad. Es verídico que la Coca-Cola, en sus comienzos, llevaba extracto de hojas de coca, y las malas lenguas comentan que se retiraron porque no hacían falta, porque ya llevaba suficientes componentes excitantes y adictivos.

No quiero entrar en si la Coca Cola es una droga en el sentido clásico de la palabra (desde luego que yo nunca me he colocado bebiendo Coca Cola). Pero no me nieguen que eso de Instituto Coca-Cola de la Felicidad suena de lo más orwelliano. ¿Cómo puede una multinacional tratar de adueñarse de la felicidad, esa dimensión inviolable del ser humano? ¿Cómo puede una empresa registrar la palabra "felicidad" y cobrar por utilizarla, y hablar despúes de compartir?

Quizá sea porque la Coca-Cola sí que podría representar un tipo especial de droga, no necesariamente la droga dura a base de coca de la que hablan los más conspiranoicos, pero sí la anestesia que se nos suministra a los ciudadanos de Occidente a base de un consumismo atroz, que nos proporciona una felicidad falsa y fácil a través de la acumulación de bienes materiales, a través de falsas promesas de felicidad en anuncios de televisión y vallas publicitarias.

Gente feliz bebiendo Coca-Cola. Beba usted Coca-Cola, y será feliz. Gente guapa bebiendo Coca-Cola, beba usted Coca-Cola y será guapo. Pero, recuerde, está usted anestesiado. Y algún día, de la anestesia, tendrá que despertar.





Por otro lado me llama la atención el grupo de personas invitadas al famoso evento. Psicólogos, científicos, religiosos y divulgadores de todo el mundo.

Pues yo, en un congreso de la felicidad, quitaba a toda esa gente y metía a personas de África (contiente en el que, por cierto, es más barato el litro de Coca-Cola que el litro de agua).

Es una injusta mentira afirmar que los africanos son felices. Viven en un continente en el que se sufre de severa desnutrición, devastadoras epidemias y graves violaciones de derechos humanos. Pero por otro lado, es cierto que en este continente existen bajas tasas de suicidio, y no se recurre a los psicólogos ni al Prozac.

Haga usted la prueba. Métase en cualquier poblado africano, y una bandada de niños con la cara sucia y la tripa hinchada le recibirá sonriente, alegre de su llegada. Pese a que muchos de ellos no llegarán a la edad adulta. Y diríjase después a cualquier hogar europeo o estadounidense: probablemente se encuentre a un niño blanco maleducado y enfurruñado porque sus padres no le han querido comprar la Play Station 3.

En un congreso de este tipo, ¿nos enseñarían los africanos cuál es el secreto de la felicidad? No. Desgraciadamente, precisamente ellos no lo tienen. Pero nos enseñarían a valorar más lo que realmente importa en esta vida, clave fundamental para experimentar la verdadera y única felicidad.



viernes, 30 de marzo de 2012

La esclavitud del siglo XXI

Buenas a todos.

Hoy, me gustaría reflexionar (como ya han hecho mi amiga Silvia y mi amigo Enrique) sobre el tema de la huelga general y la reforma laboral, especialmente a raíz de las últimas declaraciones del presidente de Mercadona sobre la bondad del modelo de productividad chino, y las realizadas por doña Dolores de Cospedal al respecto:
P. El presidente de Mercadona puso el ejemplo de la productividad de los bazares chinos. ¿Ese es un modelo?
R. Sin interpretar las palabras de nadie, yo creo que en España hace falta trabajar más.
Bien. Pues de este ejemplar y eficiente modelo voy a hablar, apoyándome en un documental que vi hace poco (de nula transcendencia en los medios de comunicación, naturalmente), titulado "China Blue" y que podéis ver completo en Youtube.



China Blue nos narra la historia de una chica de 17 años de la China rural que debe ir a trabajar a una fábrica en la ciudad para que su familia pueda sobrevivir. Pero no lo hace con pretensiones de denuncia social, ni intentando dar pena. Nos cuenta la historia tal y como es, tal y como se ve desde los ojos de la protagonista, única narradora del documental.

Es noviembre, Jazmín ha cumplido ya 17 años, y debe comenzar a trabajar para ayudar a su familia. Así que ella parte desde su pueblo hasta la ciudad, a más de 1000 km de distancia, por un lado apenada por dejar su pueblo pero por otro ilusionada y emocionada porque por fin comienza a trabajar, a ganar dinero, se siente adulta y está orgullosa de poder ayudar a sus padres (definitivamente, la mentalidad china es muy diferente a la nuestra).

Pero al llegar a la fábrica, se da cuenta de que todo no iba a resultar tan fácil como imaginaba. Deberá trabajar, durante tanto tiempo como pueda, cortando los hilos de pantalones vaqueros, bajo una férrea disciplina que la mantendrá trabajando despierta desde las 6 de la mañana hasta altas horas de la madrugada.

Jazmín duerme y come en una habitación de la propia fábrica junto con otras 9 o 10 chicas. Se hace especialmente amiga de Orquídea y de otra chica cuyo nombre no se menciona. Orquídea, un poco más mayor que Jazmín, es una chica alegre y presumida que sueña con ser bailarina. La otra chica no sueña con nada, sólo con volver a su casa, descansar y jugar. Tiene tan sólo 14 años. El sueño de Jazmín es ser escritora, los pocos minutos libres que tiene por la noche los dedica a escribir una historia en su libreta.

Pero pocas horas después debe volver a la realidad. Jornadas de más de 24 horas seguidas. Multas para quien se retrase un solo minuto, y multas también para quien se quede dormido. Por eso, Jazmín bebe litros de té y coloca pinzas de ropa en sus ojos para mantenerse despierta. Le cuesta aguantar esto. "Pero al menos ganaré algo de dinero", piensa.

Es ya Navidad, y Jazmín espera ansiosa el sueldo de su primer mes para poder regresar a su casa por Año Nuevo (único día libre que tienen los trabajadores de la fábrica en todo el año). Pero, por lo visto, es una práctica habitual en las fábricas chinas no pagar el sueldo del primer mes a sus empleados, para evitar que se vayan a otra fábrica. Y Jazmín, chica fuerte y valiente, se desploma y llora de rabia.

Al ver esto, nuestra primera reacción es odiar al director de la empresa, el señor Lam, al que también retrata el documental: un señor frío, estúpido y avaricioso. Pero, como él mismo dice, si no mantuvieran esos maratonianos horarios de trabajo y esos ínfimos sueldos para sus trabajadores, los clientes (empresas europeas y norteamericanas) se pasarían a otras fábricas que pudieran cumplir mejor sus imposibles exigencias tanto de costes como de tiempos de entrega.

Este es sólo un pequeñísimo resumen del documental, que nos ofrece una completa e impactante visión tanto de la experiencia individual de sus protagonistas como de la esclavitud y sus responsables en el mundo actual.

Y es ahí donde quiero incidir, en esta esclavitud que, vista de manera tan concentrada en el documental haría a cualquier occidental poner el grito en el cielo y llevarse las manos a la cabeza. Sin embargo, parece ser que si las multinacionales y los políticos esta misma esclavitud nos la imponen de manera gradual, vía pérdida progresiva de derechos laborales y sociales, muchas personas no se percatan y algunas hasta la defienden, creyendo que se trata de un sacrificio que los ciudadanos deben hacer en pos del bienestar y de la economía. Se trata de la "estrategia de la gradualidad", ya enunciada por Noam Chomsky en sus "10 estrategias de manipulación mediática".

La precariedad, la inseguridad y temporalidad laboral, las condiciones abusivas y el desempleo no son simples condiciones temporales con las que se pueda jugar fríamente para el beneficio de unos pocos. Son situaciones que pueden destrozar personas y familias por largas temporadas (o por toda una vida) y que ha costado cientos de años y de vidas el combatirlas.

Por eso, arroje su venda al suelo. Abra los ojos. Y álcese contra la esclavitud del siglo XXI.

viernes, 16 de marzo de 2012

El matarratas


Esta es la historia de un matarratas. Un matarratas, guardado en un bote, en el estante de algún garaje o sótano de algún pueblo perdido de Marruecos. Un veneno que, como su nombre indica, podría servir para matar ratas. Aquellas ratas podridas por dentro, que abusan cruelmente de sus víctimas abriéndoles una herida que nunca más se podrá cerrar; pero también todas aquellas ratas que protegen y apoyan a las primeras. Las que con sus patas arañan la herida de la víctima hasta que ésta, finalmente, acaba muriendo desangrada.

Sin embargo, este matarratas no mató a ninguna de esas ratas. Mató a una paloma blanca. Una paloma blanca y joven, a quien habían cortado para siempre las alas para volar.

La paloma se llamaba Amina, y era una niña de 16 años. Era una niña normal, con una vida por delante y unas ilusiones que quedaron destrozadas cuando sufrió una violación, y que murieron definitivamente cuando se enteró de que, "por honor", debía casarse con el violador. Que debía vivir para siempre con aquella escoria humana, causante de todas sus pesadillas.

Abandonada, herida y sola, decidió beber de un veneno para ratas para poner fin a la pesada cruz que quebraba sus costillas.

Y cuántas Aminas habrá en el mundo. Cuántas aves aprisionadas. Pero, mientras tengamos brazos, no tenemos excusa para luchar por romper sus jaulas.


miércoles, 22 de febrero de 2012

Mondo bizarro


Joey Ramone era un personaje extraño. Casi una caricatura. El típico chaval que, de haber nacido hoy en día, sería conocido en toda la ciudad; el típico notas detrás del cual siempre andaría algún gracioso haciéndole fotos, grabando vídeos, poniendo comentarios sobre él en Internet. Porque Joey llamaba demasiado la atención.

Demasiado alto y demasiado delgado, llevaba ropa oscura y ajustada que aún marcaba más su enfermiza figura. Su inexpresiva cara quedaba casi siempre oculta por unas gafas de sol, a su vez enterradas bajo una desordenada cabellera. 

Como persona, Joey era alguien más bien retraído, callado. Sin embargo, cuando abría la boca, decía cosas bastante razonables. Tenía mucha imaginación, demasiada, quizá más de la que la sociedad de entonces podía soportar. Le tachaban de loco, pero no cariñosamente, como se hace con los genios. No era un artista loco, no era un loco carismático: él era un loco indeseable. Jamás nadie se molestó en averiguar qué existía bajo esa descuidada melena, ni recibió en vida el reconocimiento que se merecía.

Y así transcurrió su vida, errática como su torpe caminar; de bandazos entre la emoción y el dolor, la fama y la incomprensión, la traición y el compañerismo. Por la noche, la larga sombra de las calles de Nueva York que se ahogaba en depresión y excesos. Y por las mañanas, el viejo Atlas que, como cada día y como todo el mundo, debía cargar a sus espaldas con este mundo bizarro. Hasta que el pobre hombre se murió con 40 y tantos años en un hospital de Nueva York, tras una larguísima enfermedad que puso colofón a su patética vida.

¿Y qué es lo que hace especial a este hombre frustrado, a esta sombra decaída? Tal vez lo que tenía dentro de su cabeza. Porque especial debía tener en su mente para cantar What a Wonderful World mientras su enfermedad le comía por dentro. Para tachar de maravilloso al bizarro mundo que le mató a él. El mundo que nos matará a todos.


domingo, 5 de febrero de 2012

La doble cara del progreso

Siempre me ha impresionado la historia de mi bisabuela.
Nació no hace tantos años, a principios del siglo XX, o a finales del XIX. Según los historiadores, esta época se caracterizó por una creciente industrialización y desarrollo en varios países de Europa.
No en la rural y deprimida Castilla. Donde nació ella.

Mi bisabuela se dedicó al duro trabajo del campo desde que tuvo uso de razón, y nunca fue a la escuela. Era de una familia extremadamente pobre, de modo que se tuvo que casar jovencísima para poder sobrevivir. A mi edad, ya tenía dos hijos. Y con 23 años, se murió. De una apendicitis.

Y ya está, esa fue toda su vida.

Y yo, que apenas me separan 2 generaciones y un siglo de esta mujer a la que debo una parte importante de mis genes, tengo una vida radicalmente distinta a la suya. Yo, ahora mismo, tengo la oportunidad de estudiar, de viajar, de conocer y aprender cada día cosas nuevas. Voy al supermercado, y encuentro comida; puedo llegar a la otra punta del mundo en cuestión de unas horas. Si me entra una apendicitis, voy al hospital, me la curan y al poco tiempo, si no surgen complicaciones, estaré otra vez en casa. Y si me caso y tengo hijos, será algo que dependerá de mi voluntad y que podré hacer a la edad que quiera.

Tengo una esperanza de vida de más de 80 años.

Y todo gracias al progreso. A ese brutal escalón que hemos subido en los países desarrollados, que nos ha permitido conocer una calidad de vida sin precedentes en la historia humana.

Pero este progreso tiene un precio. Más concretamente, es una deuda que la humanidad actual está contrayendo con la naturaleza, y de momento nosotros no estamos pagando esa deuda. Entonces, ¿quién lo hará?

Quizá lo haga mi bisnieta. Ella nacerá, posiblemente, a finales del siglo XXI o a principios del siglo XXII. Y se encontrará con un mundo contaminado, sobreexplotado, lleno de humo y basura. Vivirá una tercera (o cuarta) guerra mundial, pues las personas serán muchas y los recursos serán pocos. Y no conocerá los glaciares ni los bosques más que por los viejos libros de historia.
Mi bisnieta, cada noche, mirará al cielo preguntándose cuándo descubrirán de una puta vez un planeta similar a la Tierra al que poder huir, pues estará muy disgustada de la herencia que le ha dejado la generación de su bisabuela.

Y he aquí mi dilema intergeneracional: mi bisabuela y mi bisnieta me tiran cada una de un brazo. Mi bisabuela dice "progreso". Y mi bisnieta, "sostenible". Y la frase que forman las dos palabras es por lo que debemos luchar si queremos un mundo más justo con nuestros ancestros y nuestros descendientes.


lunes, 9 de enero de 2012

Ellas


Ellas no aparecen en los libros de texto, ni en las páginas perdidas de las enciclopedias, ni se las incluye entre los grandes personajes de la Historia Universal.

Pero hubo un tiempo, cuando la conciencia humana era joven, en el que de ellas dependía el destino de su pueblo. Ellas eran las que tenían la capacidad inexplicable y milagrosa de traer al mundo un nuevo miembro de la tribu, capacidad por la que sufrían e incluso entregaban su vida; y lejos de ser ese un motivo de  menosprecio, por ello se las cuidaba e incluso se las rendía culto como si fueran deidades.

Ellas eran fuertes y emprendían largas migraciones en busca de un futuro mejor para su clan. Ellas conocían la naturaleza, recogían los frutos de la tierra, dominaban las primeras formas de industria y arte y aunque otras  actividades solían estar reservadas a los hombres, también se enfrentaban a las bestias y también luchaban por proteger a su pueblo si habían de hacerlo. 

Y de generación en generación, de abuelas a madres y a hijas, se transmitía la sabiduría que adquirían a través de los siglos y milenios de experiencia. 

Pero un día apareció el patriarcado y todas estas mujeres fueron aplastadas, enterradas y olvidadas. Sin embargo, ellas son nuestras madres y por ello debemos recuperarlas y rendirlas un gran homenaje.