Demasiado alto y demasiado delgado, llevaba ropa oscura y ajustada que aún marcaba más su enfermiza figura. Su inexpresiva cara quedaba casi siempre oculta por unas gafas de sol, a su vez enterradas bajo una desordenada cabellera.
Como persona, Joey era alguien más bien retraído, callado. Sin embargo, cuando abría la boca, decía cosas bastante razonables. Tenía mucha imaginación, demasiada, quizá más de la que la sociedad de entonces podía soportar. Le tachaban de loco, pero no cariñosamente, como se hace con los genios. No era un artista loco, no era un loco carismático: él era un loco indeseable. Jamás nadie se molestó en averiguar qué existía bajo esa descuidada melena, ni recibió en vida el reconocimiento que se merecía.
Y así transcurrió su vida, errática como su torpe caminar; de bandazos entre la emoción y el dolor, la fama y la incomprensión, la traición y el compañerismo. Por la noche, la larga sombra de las calles de Nueva York que se ahogaba en depresión y excesos. Y por las mañanas, el viejo Atlas que, como cada día y como todo el mundo, debía cargar a sus espaldas con este mundo bizarro. Hasta que el pobre hombre se murió con 40 y tantos años en un hospital de Nueva York, tras una larguísima enfermedad que puso colofón a su patética vida.
¿Y qué es lo que hace especial a este hombre frustrado, a esta sombra decaída? Tal vez lo que tenía dentro de su cabeza. Porque especial debía tener en su mente para cantar What a Wonderful World mientras su enfermedad le comía por dentro. Para tachar de maravilloso al bizarro mundo que le mató a él. El mundo que nos matará a todos.
1 comentario:
Me encantó, son muy pocas veces que leí algo tan bueno de los Ramones. Escribís muy lindo & long life to the ramones ♥
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